A PROPÓSITO DE LOS VALORES: ALGUNAS REFLEXIONES DE HUMBERTO MATURANA EN TORNO A LA VIOLENCIA, LA ÉTICA Y LA EDUCACIÓN.

Arturo Manrique Guzmán

Humberto Maturana es biólogo de formación y uno de los más destacados científicos de nuestro tiempo. Junto a Francisco Varela, su compatriota y discípulo fallecido hace dos años -ambos de origen chileno-, es el creador del paradigma de la autopoiesis, enfoque que ha revolucionado la teoría general de sistemas y, en general, el pensamiento científico contemporáneo. Maturana es también el creador de la biología del amor, a través de la cual nos ofrece una lectura diferente de la sociedad humana. Para Maturana, la vida humana, como cualquier vida animal, es vivida en el fluir emocional que subyace a cada una de nuestras acciones. Nuestras emociones, vale decir, nuestros deseos, preferencias, miedos, ambiciones, etc., son las que determinan cada una de las cosas que hacemos o dejamos de hacer. No es nuestra razón, como solemos creer. En otras palabras, los argumentos racionales que esgrimimos para justificar nuestras acciones ocultan los fundamentos emocionales en los que supuestamente se apoya nuestra conducta racional.

De acuerdo con esta perspectiva, si atendemos a los fundamentos emocionales de nuestra cultura, cualquiera que ésta sea, podremos entender mejor lo que hacemos y lo que no hacemos como miembros de ella. Y también podremos hacer que nuestro entendimiento y nuestra capacidad para darnos cuenta de estos fundamentos emocionales, influencien nuestras acciones al cambiar nuestro emocionar con respecto a nuestro ser cultural. Esto quiere decir, en otros términos, que la reflexividad de la acción humana no es posible si no se toma conciencia de los fundamentos emocionales en los que descansa la sociedad humana en general y nuestro ser cultural en particular.

Las emociones, en opinión de Maturana, corresponden al dominio de las acciones. Es en las acciones que distinguimos las emociones. La emoción define el acto como una acción. Es la emoción la que hace que cierto movimiento corporal sea tomado como una caricia o como una agresión. La emoción básica en nosotros es la emoción del amor. El amor como emoción tiene que ver con el dominio de acciones que constituyen al otro como un legítimo otro en la convivencia con uno. Con frecuencia confundimos la emoción del amor con el sentimiento. El sentimiento no es otra cosa que la distinción reflexiva que hacemos al observar nuestro emocionar o el emocionar de otro. El amor es un fenómeno biológico relacional, inherente a nuestra naturaleza animal, que en nuestra condición de mamíferos se manifiesta como un aspecto central de la convivencia íntima de la relación materno-infantil, en total aceptación corporal.

El odio, la violencia, también es una emoción; pero, a diferencia del amor, se corresponde con el dominio de acciones que niegan al otro en la convivencia con uno. El odio tiene poco que ver con nuestra biología: surge con la cultura. Para Maturana, el odio surge con la cultura patriarcal en los pueblos indo - europeos, cuando estos se hacen pastores, antes de que invadieran Europa, hace aproximadamente siete mil años. El pastoreo comienza cuando el hombre restringe el acceso alimenticio normal de otros comensales con respecto a los animales que forman parte de su dieta alimenticia. Al hacer esto, el  hombre traza una frontera de exclusión en lo que define como el área de su propiedad. Lo que antes era posesión ahora es propiedad. La cacería que hacen otros animales como el lobo, por ejemplo, para alimentarse, pasa a ser así un problema para los humanos. Surge la enemistad y el odio. La emoción del odio es plenamente compatible con el emocionar de la apropiación. Estas emociones una vez que surgen no tardan en proyectarse hacia los propios humanos. La antigua sentencia latina en la que se dice que "el hombre es el lobo del hombre" (Homo hominis lopus) es bastante ilustrativa a este respecto. Nos recuerda el origen del odio entre los seres humanos. Lo demás es historia conocida. Es la historia de la sociedad patriarcal: una sociedad en la que prevalece la apropiación, la jerarquía y la subordinación de las mujeres y los niños a los mandatos del hombre adulto.

La sociedad humana entonces, antes de ser patriarcal, se asentaba sobre bases matrísticas. Lo matrístico no es lo opuesto a lo patriarcal, sino que nos remite a un modo de vida anterior al patriarcal en el que el hombre vivía en plena armonía con la naturaleza. En la actualidad, existe suficiente evidencia histórica para respaldar esta tesis. El patriarcado es un modo de vida fundado en la apropiación, las jerarquías y el control; el modo de vida matrístico, por el contrario, tiene que ver  con la convivencia armónica, la cooperación y el respeto al otro. Maturana ha observado que este modo de vida no ha desaparecido y que subsiste aun en nuestra infancia. Los seres humanos, de acuerdo con este enfoque, experimentamos en nuestra cultura una contradicción fundamental: aprendemos a amar en la infancia y debemos vivir en la agresión cuando nos hacemos adultos. De lo que se trata es de expandir los valores de la infancia a la vida adulta y de atrevernos a ser responsables de nuestro vivir y no pedirle al otro que dé sentido a nuestro existir.

Subyace aquí una propuesta utópica. Las utopías nos recuerdan el trasfondo matrístico que subsiste en la cultura patriarcal y, como tal, es posible realizarlas. La utopía no es lo mismo que la esperanza. Aquí hay una diferencia fundamental entre el planteamiento de Maturana y lo planteado por Ernest Bloch desde las canteras del marxismo. Lo humano no es consustancial a la esperanza. La esperanza niega lo humano en tanto que su realización no depende de nosotros. La utopía, por el contrario, tiene que ver con la experiencia humana. La utopía es reveladora de la historia personal o de la historia cultural. Si anhelamos vivir en un mundo de iguales, en el que todos seamos cooperantes y vivamos en armonía, es porque así lo hemos experimentado en algún momento de nuestra vida, sobre todo en nuestra infancia. En esto consiste la utopía ecológica de Maturana: en expandir el modo de vida matrístico, liberándonos de la enajenación cultural de la guerra y el abuso, de la jerarquía y la obediencia, del control y la discriminación, todos rasgos propios de la cultura patriarcal.

Los textos que se presentan a continuación son extractos de distintos escritos de Maturana publicados a lo largo de la última década. En términos generales, ellos dan cuenta de las ideas centrales de la biología del amor y nos ofrecen además una reflexión muy rica en torno a la violencia, la ética y la educación en la sociedad contemporánea. La defensa que se hace de valores como el respeto al otro, la confianza, la cooperación, la aceptación y respeto por sí mismo, entre otros, está más que justificada en un mundo que tiende a privilegiar precisamente lo contrario, es decir, la negación del otro, la desconfianza, la competencia y la perdida de dignidad en el sometimiento a la autoridad. El sistema educativo no puede ser indiferente a estos valores, más aún si lo que queremos es construir un mundo en el que nuestros hijos crezcan como personas que se aceptan y respetan a sí mismas, aceptando y respetando a los otros en un espacio de convivencia en el que ellos también los acepten desde el aceptarse y respetarse a sí mismos, que es lo que corresponde a una sociedad democrática. Los textos seleccionados, en ese sentido, constituyen un valioso aporte al debate en torno a los valores que se apertura al interior de nuestro sistema educativo.

1. Biología del Amor[1]

Lo que la biología nos está mostrando es que la unicidad de lo humano, su patrimonio exclusivo, está en esto, en darse en un acoplamiento estructural social donde el lenguaje tiene un doble rol: por un lado, el de generar las regularidades propias del acoplamiento estructural social humano, que incluye entre otros el fenómeno de las identidades personales de cada uno; y, por otro lado, el de constituir la dinámica recursiva del acoplamiento estructural social que produce la reflexividad que da lugar al acto de mirar con una perspectiva más abarcadora, al acto de salirse de lo que hasta ese momento era invisible o inamovible, permitiendo ver que como humanos sólo tenemos el mundo que creamos con otros. A este acto de ampliar nuestro dominio cognoscitivo reflexivo, que siempre implica una experiencia novedosa, podemos llegar ya sea porque razonamos hacia ello, o bien, y más directamente porque alguna circunstancia nos lleva a mirar al otro como un igual, en un acto que habitualmente llamamos de amor. Pero más aún, esto mismo nos permite darnos cuenta que el amor, o si no queremos usar una palabra tan fuerte, la aceptación del otro junto a uno en la convivencia, es el fundamento biológico del fenómeno social: sin amor, sin aceptación del otro junto a uno no hay socialización, y sin socialización no hay humanidad. Cualquier cosa que destruya o limite la aceptación del otro junto a uno, desde la competencia hasta la posesión de la verdad, pasando por la certidumbre ideológica, destruye o limita el que se dé el fenómeno social, y por tanto lo humano, porque destruye el proceso biológico que lo genera. No nos engañemos, aquí no estamos moralizando, ésta no es una prédica del amor, sólo estamos destacando el hecho que biológicamente, sin amor, sin aceptación del otro, no hay fenómeno social, y que si aún así se convive, se vive hipócritamente la indiferencia o la activa negación.

2. Contradicción Niño - Adulto [2]

Nosotros los occidentales modernos pertenecemos a una cultura patriarcal que lleva en sí una contradicción emocional fundamental que es fuente de gran parte del sufrimiento en que vivimos sumergidos los seres humanos modernos. Esta contradicción surge con la aparición del patriarcado europeo, al cual pertenecemos, cuando éste se constituye en el encuentro con las culturas matrísticas prepatriarcales europeas y el patriarcado indoeuropeo que invade Europa cerca de 4,500 A. C. Más aún, esta contradicción se constituye cuando desde el patriarcado indoeuropeo que se establece como forma cultural dominante desde la guerra, el patriarca intenta someter a las mujeres matrísticas a su dominación y ellas no se someten del todo, conservando su identidad matrística en la convivencia con sus hijos. Con esto la contradicción se establece al quedar lo matrístico relegado, o más bien escondido, en las relaciones materno - infantiles y en las relaciones entre las mujeres en torno a la infancia y lo patriarcal a la vida adulta. El que en la historia del patriarcado el patriarca sea hombre, es un fenómeno circunstancial a esa historia, ya que el patriarcado es una cultura, una red de conversaciones, un modo de convivencia, y no representa  a lo masculino.

Uno puede mostrar que en el momento presente, en la infancia, los niños son constantemente invitados a compartir, a cooperar, a aceptarse a sí mismos en su legitimidad total, a vivir su cuerpo en la relación con la madre como algo puro y hermoso. Y también uno puede mostrar que esto cambia radicalmente con la entrada del niño o niña a la juventud y vida adulta. En ese pasaje cambian las relaciones de convivencia, y se enfatiza la apropiación, la competencia, la lucha y el éxito, en negación de los valores vividos en la infancia. Esta negación de lo que se aprendió en la infancia que surge con la vida adulta, da origen al sufrimiento. Muchas veces la conciencia del sufrimiento que esta contradicción trae, sin conciencia de la naturaleza de la contradicción que le da origen, lleva a intentos por resolverla recuperando los fundamentos matrísticos de la infancia mediante las acciones de guerra y de lucha propias de lo patriarcal que niegan lo matrístico. Pero estas acciones de lucha no resuelven la contradicción, y sí la reafirman.

Por ejemplo, queremos generar espacios de respeto mutuo mediante la exigencia, sin embargo, la exigencia es una acción que niega el respeto mutuo. Otro ejemplo, queremos crear cooperación mediante la obediencia, aún cuando la obediencia es una exigencia que niega la cooperación. Otros ejemplos aún, hablamos de amor como un deber, como algo especial, y nos cegamos a la comprensión de lo social porque no vemos que el amor es la emoción que lo funda; queremos lograr la paz a través de la guerra y queremos justicia a través de la venganza, cuando la paz depende de la guerra, y la venganza es la negación de la justicia.

Exigimos al otro que libremente acepte nuestra verdad so pena de ser negado. Pensamos que la obediencia es un valor que dignifica cuando es la negación de sí mismo y del otro; creemos que poseemos poder sin ver que el poder es concedido por el que obedece en un acto en que se niega a sí mismo. En la vida adulta se exige al que accede a ella cumplir deberes, luchar en defensa de lo propio, aparentar, negar la sensibilidad porque el cuerpo se hace obsceno, y, en fin, ser racional en la negación de la emoción como si ésta negase la razón. La vida de la infancia y la vida adulta son, así, totalmente contradictorias, y el vivir en esta contradicción resulta en sufrimientos más o menos aparentes según la presencia cotidiana que tenga esta contradicción en el vivir. Sufrimientos que se disuelven si espontáneamente o mediante una terapia, se recupera el espacio de convivencia matrística de la infancia.

3. La educación del Niño[3]

Tanto el niño que llega a adulto siendo un respetable ciudadano, como el niño que llega a adulto siendo un despreciable bandido, se han movido en el mundo en correspondencia con su medio, es decir, se han movido en el mundo en conservación de la adaptación. El que a mi no me guste la vida criminal no quiere decir que el criminal que está vivo en alguna parte no está en correspondencia con su medio; el conserva su adaptación, está en correspondencia con su medio igual que nosotros aquí. El vive una vida distinta de la nuestra, que es biológicamente tan legítima como la nuestra mientras se realice como ser vivo, y dejará de realizarse como ser vivo solamente al morir, en el instante en que deje de estar en conservación de su adaptación. Más aún, ¿cómo se deslizará un ser vivo por su medio? De la única manera que se puede deslizar en el curso que conserva la adaptación bajo su continuo cambio estructural como sistema dinámico determinado estructuralmente. De hecho, si el medio es todo aquello que no es el ser vivo, la parte del medio que el ser vivo encuentra en sus interacciones en el medio constituyen su nicho, y el nicho es lo único del medio que el ser vivo encuentra. Todo ser vivo existe sólo en su nicho, y mientras realiza su nicho existe. En general, y en sentido metafórico, un ser vivo sólo ve su nicho y para él nada existe más allá o más acá: lo que no ve, no es, y lo que ve, es. Nosotros, como observadores no podemos ver directamente el nicho de un ser vivo, el ser vivo lo oculta, pero usamos al ser vivo para que él nos lo revele. Lo que nosotros vemos es el entorno, y a este entorno lo llamamos, o yo lo llamo, ambiente.

La convivencia en interacciones recurrente es siempre una historia de conservación de adaptación recíproca. La ontogenia de los seres humanos es siempre una co-ontogenia, la evolución de los seres vivos es siempre una co-evolución. Los seres vivos siempre existen inmersos en un mundo en el cual conservan su adaptación o se desintegran: la conservación de la correspondencia recíproca sin desintegración entre seres vivos que interactúan recurrentemente en una condición constitutiva de la coexistencia. Los fenómenos sociales surgen como consecuencia de la recurrencia de interacciones entre seres vivos, y dependen de que éstos interactúen recurrentemente de una manera espontánea en algún dominio. Más aún, el fenómeno social tiene un fundamento biológico en la espontaneidad de esta recurrencia de interacciones en las que, como resultado de la congruencia estructural de los participantes, se abre mutuamente un espacio de existencia en la convivencia. Cada vez que esta espontaneidad de las interacciones recurrentemente se rompe, se acaba la socialización. La competencia es constitutivamente destructiva de los social porque consiste en la negación de un espacio de coexistencia para con el otro.

La educación del niño, por lo tanto, tiene que ser siempre vista, y no puede ser legítimamente vista de otra manera, como un vivir en un mundo con ciertas características y con exclusión de otras. El enseñar no es instruir, no es entregar datos o información, enseñar es proporcionar un ámbito experiencial. El ver no es captar lo externo, es moverse en congruencia «visual» en un mundo en el cual uno puede moverse en congruencia «visual», porque lo que llamamos visual es una de las dimensiones en las cuales se ha conservado la adaptación. El hogar, el colegio, el campo, la montaña, la ciudad, son ámbitos de existencia donde los niños conservan su identidad al vivir en la distinción de objetos (ceniceros, vasos, máquinas, árboles, animales, justicia, amor, o lo que fuere) que ellos contribuyen a constituir con su vivir. Esto suena a apología del vivir, y es una apología del vivir porque es lo único que tenemos. En el vivir nos transformamos continuamente de una manera que no es trivial, porque siempre es contingente a nuestra historia de interacciones.

4. Amor y Educación[4]

Las notas, en nuestra cultura, se viven como una calificación del ser, y toda calificación del ser genera ansiedad porque genera expectativa. ‘Eres muy inteligente’ es una exigencia. ‘Eres tonto’ es una negación. La forma de no generar angustia en una relación docente consiste en no plantearla desde una calificación del ser. Esto quiere decir que, cuando haya algo que corregir, se corrija el hacer y no el ser. La corrección del hacer sin corregir el ser, sin objetarlo ni negarlo, puede ser oída. Pero la corrección del hacer que trae consigo una negación u objeción del ser produce enojo, miedo, todo lo que a uno le ocurre cuando es negado. De modo que el aprendizaje óptimo se da en el amor, es decir, en aquellas interacciones donde los niños surgen en su legitimidad ante uno, confiando en sí mismos. Ciertamente esto se da cuando los profesores también confían en sí mismos, cuando no están en la angustia de relacionarse con los alumnos por el miedo de que, si se los trata de cierta manera, ellos se aprovechen se suban por el chorro, como quien dice. En el momento en que yo me relaciono con un estudiante de cualquier edad, de forma tal que él surge en la relación en su legitimidad, a este estudiante se le abren las posibilidades de aprendizaje, digamos que se le abre el uso de su inteligencia, y la relación tiene un carácter completamente distinto de si yo genero expectativa o miedo. Así, las condiciones óptimas de aprendizaje son las condiciones en las cuales, en la interacción, uno y otro, profesores y alumnos, surgen como legítimos otros en la convivencia, y los niños pueden operar desde el respeto por sí mismos, en tanto viven el respeto del profesor o profesora hacia ellos.

Ahora bien, con respecto a la competencia del mundo externo, en diversas ocasiones he mencionado un estudio del cual tuve noticia aquí en el Perú. Dicho estudio procuraba contestar la pregunta ‘¿Qué es lo común a todos esos niños que, viviendo condiciones desmedradas de abandono, de dificultades en su vida, crecen sin embargo como adultos que son ciudadanos respetables, mientras otros niños, que han vivido en las mismas condiciones, no?’. Ante un conjunto de niños, advierto que todos tienen las mismas historias de vida, y ello explica que no logren incorporarse a la comunidad como ciudadanos responsables. Sin embargo, veo que algunos niños sí lo consiguen. ¿Qué es lo común de éstos? ¿Qué los define? El estudio muestra que quienes consiguen “salvarse” o recuperarse se han encontrado al menos con un adulto que los ha amado completamente, es decir, que se ha relacionado con ellos en su aceptación de su legitimidad sin ninguna objeción. En el momento en que uno se encuentra con otro en circunstancias en que el otro lo acoge a uno en su legitimidad, que se conduce hacia uno de modo que surge en legitimidad, o sea en el amor, uno empieza a estar en el respeto por uno mismo y pasa a ser un ser social y, en tanto pasa a ser un ser social, pasa a ser responsable. ¿Dónde? En el mundo social al cual uno se acoge, por supuesto. Y en el momento en que esto ocurre, uno tiene una postura desde uno para decir no a la agresión, a la competencia, o para luchar desde uno sin vivir en la lucha.

Aquí la diferencia no está en competir o no competir, sino en cómo vive uno: ¿vivo yo en la competencia? ¿Vivo en la negación del otro? ¿Vivo en la guerra? ¿Trato todos los temas como motivos de agresión? ¿Pienso que resuelvo todas mis relaciones con la agresión? ¿O puedo yo tratar a la lucha como una situación ocasional que, dada la circunstancia, tengo que enfrentar mas no es mi modo de vivir, porque mi modo de vivir es en el respeto por mí mismo y en el respeto por el otro? Tal es la diferencia. En mi opinión, desde el momento en que los niños crecen con respeto por ellos mismos, tienen una postura que les permite decir que no o que sí, desde ellos mismos, y no sometidos a los vaivenes de las circunstancias externas. Esto no significa que no vayan a encontrarse con situaciones de agresión, pero las vivirán de un modo distinto. La invitación a la agresión no los tocará aunque en algún momento peleen. Podrán decir que no a la incitación, al crimen o a la droga porque no están ahí. ¿Y por qué no están ahí? Porque están bien con ellos mismos y pueden decir que no desde ellos mismos.

5. Qué es la Violencia?[5]

En mi opinión, hablamos de violencia en la vida cotidiana para referirnos a aquellas situaciones en las que alguien se mueve en relación a otro en el extremo de la exigencia de obediencia y sometimiento, cualquiera que sea la forma como esto ocurre en términos de suavidad o brusquedad y el espacio relacional en que tenga lugar. Es la negación del otro que llega a su destrucción en el esfuerzo por obtener su obediencia o sometimiento, lo que caracteriza a las situaciones en las que nos quejamos de violencia en las relaciones humanas.

Si queremos entender efectivamente cómo es que vivimos en la violencia, tenemos que mirar el origen de nuestras teoría explicativas y el porqué aceptamos una teoría explicativa u otra, tenemos que mirar el espacio psíquico de nuestra cultura y su origen, y para hacerlo tenemos que mirar el emocionar que lo constituye, y cómo surge, saliéndonos de él. En una cultura de violencia, las conductas violentas y el espacio psíquico en que surgen, como conductas legítimas, son invisibles para sus miembros. Dadas la invisibilidad de las conductas dentro de una cultura, no se reflexiona sobre la violencia dentro de una cultura de violencia. Nada lo permite; en el espacio psíquico de una cultura sólo surgen reflexiones propias de esa cultura y, por lo tanto, se generan desde él sólo explicaciones que la justifican.

Pienso que el curso que sigue la historia es el curso de las emociones, no el curso de las oportunidades materiales ni de los recursos naturales ni de las oportunidades tecnológicas; el curso que sigue la historia es el curso de las emociones, en particular, el curso de los deseos. Son los deseos lo que hacen de algo una oportunidad, o un recurso, o un camino preferido. Si nos conducimos como si el modo de resolver los conflictos fuese la violencia, la guerra, la negación del otro, es porque vivimos una cultura en el estilo de pensar, de relacionar, de sentir, en el que ésta surge. Para que la teoría de la solución de los conflictos a través de la guerra surja como el modo de explicar las relaciones humanas, hay que vivir en una cultura que hace al emocionar que funda la negación del otro la emoción fundamental. Para mí el origen de la humanidad no esta centrado en la agresión. Pienso que la historia de la humanidad se origina cundo lo humano surge con el vivir cotidiano en el lenguaje, o mejor aún, en la conservación generación a generación del vivir en el conversar en el aprendizaje de los niños. Pienso que cuando surge el vivir en el lenguaje, surge en un espacio psíquico en el cual el amor es la emoción fundamental que, como la aceptación del otro como legítimo otro en la convivencia, hace posible una convivencia en la cual el vivir en coordinaciones de coordinaciones conductuales consensuales se hace posible como un estilo de vida que se conserva, de generación en generación, en el aprendizaje de los niños.

La agresión y la violencia no son aspectos biológicos del vivir cotidiano humano fundamental. Los seres humanos no pertenecemos a la biología de la violencia y la agresión, aunque seamos biológicamente capaces de vivir y cultivar la violencia. La agresión y la violencia surgen como modos culturales de vivir con el espacio psíquico del patriarcado. Digo esto porque lo que quiero destacar es que la violencia y la agresión son modos de relación propios de un espacio psíquico que valida la negación del otro frente a cualquier desacuerdo desde la autoridad, la razón o la fuerza.

En tanto que podamos argüir de manera adecuada que la violencia tiene que ver con un estilo de vida, con un cierto espacio psíquico, y no con nuestra constitución biológica como Homo sapiens sapiens ni con la clase de seres que somos en cuanto seres humanos, cabe la posibilidad de hacer algo que acabe con la violencia como modo cotidiano de vivir, en un acto de cambio cultural que cambia el espacio psíquico en que nuestros niños crecen y que nosotros contribuimos a generar y mantener con nuestras conversaciones cotidianas que configuran y regeneran continuamente ese espacio.

6. Qué es la Ética?[6]
        
Los valores son distinciones de configuraciones relacionales en la convivencia, que obtienen su legitimidad desde el amor. Todos los valores referidos en la literatura se fundan en una emoción fundamental: el amor, y el amor es el dominio de las acciones que constituyen al otro como un legítimo otro en la convivencia. Honestidad, cooperación, respeto, lealtad, generosidad, responsabilidad, justicia… Los valores de la vida cotidiana se fundan en el amor. El respeto se da en al aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia, y donde hay colaboración que se da sólo en el respeto mutuo, desaparece la arrogancia y la obediencia. Todos los valores tienen que ver con el amor y son expresión de la armonía social, pues lo social se funda en el amor. ¿Cuándo la valentía es valentía y cuando es locura? El enfrentar un peligro en un contexto que le da a ese enfrentamiento un significado social, es valentía. El enfrentar un peligro sin fundamento social, es locura. En la medida en que tiene un fundamento social, la valentía está fundada en el amor. Pero, ¿los valores se aprenden o se enseñan? Ni lo uno ni lo otro: se viven o se niegan, porque cuando se hablan de ellos, ya no están o se hace literatura.

La ética se constituye en la preocupación por las consecuencias que tienen las acciones de uno sobre otro, y adquiere su forma desde la legitimidad del otro como un ser con el cual uno configura el mundo social. La emoción que funda lo social es el amor, por esto lo social es un espacio de convivencia que se da desde las acciones que constituyen al otro como un legítimo otro en coexistencia con uno. Por eso también, lo social es un espacio ético y las preocupaciones éticas jamás van más allá del espacio social donde surgen.

Hay muchos temas sobre los que hablamos demasiado sin comprender sus fundamentos. Eso pasa con la ética. Si miramos a las condiciones bajo las cuales surgen nuestras preocupaciones éticas, vemos que todas son condiciones en que el otro tiene presencia y es visto en su legitimidad, y esto ocurre sólo en el dominio de las acciones que constituyen al amor. Es por esto, repetimos, que afirmamos que lo ético surge como preocupación por las consecuencias que nuestras acciones tienen sobre el otro sólo en un ámbito social y jamás van más allá del ámbito social en que surgen. Las preocupaciones éticas, por lo tanto, no son en su origen normativas sino ‘invitantes’. Es desde la convivencia social, desde la convivencia fundada en las acciones que constituyen al otro como un legítimo otro, que la ética surge y tiene sentido. Por eso la ética no puede plantearse como exigencia, porque la exigencia niega al otro. La mayor parte de los discursos de ética son intentos de control de la conducta del otro, y tarde o temprano niegan lo que intentan defender. Nos parece que lo que hemos dicho dice todo lo que hay que decir sobre ética. Lo que si cabe agregar es que para que la conducta ética surja hay que permitir que opere la biología del amor, tenemos que devolver al niño la posibilidad de crecer en el amor, en el espacio donde las conductas de los adultos le permitan crecer en respeto por sí mismo y por el otro desde la aceptación de su propia legitimidad.

7. El dilema ético contemporáneo: convivencia o competencia[7] 

El ser humano es constitutivamente social. No existe lo humano fuera de lo social. Lo genético no determina lo humano, sólo funda lo humanizable. Para ser humano, hay que crecer humano entre humanos. Aunque esto parece obvio se olvida al olvidar que se es humano sólo de las maneras de ser humano de las sociedades a que se pertenece. Si pertenecemos a sociedades que validan con la conducta cotidiana de sus miembros el respeto a los mayores, la honestidad consigo mismo, la seriedad en la acción y la veracidad en el lenguaje, ese será nuestro modo de ser humanos y el de nuestros hijos. Por el contrario, si pertenecemos a una sociedad cuyos miembros validan con sus conductas cotidianas la hipocresía, el abuso, la mentira, y el autoengaño, ese será nuestro modo de ser humanos y el de nuestros hijos.

Todo lo dicho muestra que no existe, biológicamente hablando, contradicción entre lo social y lo individual. Al contrario, lo social y lo individual son, de hecho, inseparables. La contradicción que la humanidad llega a vivir en este dominio es de origen cultural. Es el resultado: a) de la sobrecarga ecológica que produce y que ha producido en la historia de la humanidad, una población humana siempre creciente, y que trae consigo la ceguera que genera la justificación ideológica de la competencia por la subsistencia; y b) de la exclusión que toda sociedad hace de todo ser que no satisface las condiciones de pertenencia que la definen y que justificamos ideológicamente, a pesar de saber por intima reflexión que todos los seres humanos, como seres humanos, somos iguales. Esto tiene sólo una salida: la estabilización y eventual reducción de la población mundial y la inclusión efectiva de todo ser humano en la misma comunidad social.

Los problemas sociales son siempre problemas culturales, porque tienen que ver con los mundos que construimos en la convivencia. Por esto, la solución de cualquier problema social siempre pertenece al dominio de la ética; es decir, al dominio de la seriedad en la acción frente a cada circunstancia que parte de aceptar la legitimidad de todo ser humano, de todo otro, en sus semejanzas y diferencias. Es la conducta de los seres humanos, ciegos ante sí mismos y el mundo en la defensa de la negación del otro, lo que ha hecho del presente humano lo que es. La salida, sin embargo, está siempre a la mano, porque, a pesar de nuestra caída, todos sabemos que vivimos el mundo que vivimos, porque socialmente no queremos vivir otro.

La guerra no llega, la hacemos; la miseria no es un accidente histórico, es obra nuestra; porque queremos un mundo con las ventajas antisociales que trae consigo la justificación ideológica de la competencia en la justificación de la acumulación de la riqueza, mediante la generación de servidumbre bajo el pretexto de la eficacia productiva; estamos aplastados por el exceso de población, porque queremos vivir sin hacernos cargo de que todos los seres humanos tenemos derecho al mismo bienestar biológico y, por lo tanto, social. En fin, afirmamos que el individuo humano se realiza en la defensa competitiva de sus intereses, porque queremos vivir sin hacernos cargo del hecho de que toda individualidad es social y que sólo se realiza cuando incluye cooperativamente en sus intereses los intereses de los otros seres humanos que la sustentan.

8. Para qué educar?[8]

A veces hablamos como si no hubiese alternativas a un mundo de lucha y competencias, y como si debiésemos preparar a nuestros niños y jóvenes para esa realidad. Tal actitud se basa en un error y genera un engaño.

No es la agresión la emoción fundamental que define lo humano, sino el amor, la coexistencia en la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia. No es la lucha el modo fundamental de relación humana, sino la colaboración. Hablamos de competencia y lucha creando un vivir en competencia y lucha no sólo entre nosotros sino con el medio natural que nos posibilita. Así se habla de que los seres humanos debemos luchar y vencer las fuerzas naturales para sobrevivir, como si esto hubiese sido y fuese la forma normal del vivir. Esto no es así. La historia de la humanidad en la guerra, en la dominación que somete y en la apropiación que excluye y niega al otro se origina con el patriarcado. En Europa, que es nuestra fuente cultural, antes del patriarcado se vivía en la armonía con la naturaleza, en el goce de la congruencia con el medio natural, en la maravilla de su belleza, no en la lucha con ella.

¿Para qué educar? Para recuperar esa armonía fundamental que no destruye, que no explota, que no abusa, que no pretende dominar el mundo natural, sino que quiere conocerlo en la aceptación y respeto para que el bienestar humano se dé en el bienestar de la naturaleza en que se vive. Para esto hay que aprender a mirar y escuchar sin miedo a dejar de ser al dejar ser al otro en armonía, sin sometimiento. Yo quiero un mundo en el que respetemos al mundo natural que nos sustenta, un mundo en el que se devuelva lo que se toma prestado de la naturaleza para vivir. En el ser seres vivos somos seres autónomos, en el vivir no lo somos.

Jesús era un gran biólogo. Cuando él habla de vivir en el reino de Dios, habla de vivr en la armonía que traen consigo el conocimiento y respeto al mundo natural que nos sustenta, y que permite vivir en él sin abusarlo ni destruirlo. Para esto debemos abandonar el discurso patriarcal de la lucha y la guerra y volvernos al vivir matrístico del conocimiento de la naturaleza, del respeto y colaboración en la creación de un mundo que admite el error y puede corregirlo. Una educación que nos lleva a actuar en la conservación de la naturaleza, a entenderla para vivir con ella y en ella sin pretender dominarla, una educación que nos permita vivir en la responsabilidad individual y social que aleja el abuso y trae consigo la colaboración en la creación de un proyecto nacional en el que el abuso y la pobreza son errores que se pueden corregir y se quieren corregir, si sirve al país.

¿Qué hacer? No castiguemos a nuestros niños por ser, al corregir sus acciones. No desvaloricemos a nuestros niños en función de lo que no saben, valoricemos su saber. Guiemos a nuestros niños hacia un hacer que tiene que ver con nuestro mundo cotidiano e invitémoslos a mirar lo que hacen, y sobre todo no los llevemos a competir.

Reflexiones finales.

Para finalizar, conviene recordar que la institución educativa, en el mundo moderno, fue concebida para ampliar la capacidad de acción y de reflexión de los miembros de la sociedad, de modo que éstos puedan ejercer su agencia individual con sentido ético y responsabilidad. El sistema educativo es aquel en el que los seres humanos adquieren capacidades básicas y productivas que los habilitan para vivir una “buena vida” en sociedad. La formación del individuo es -o debería ser- la prioridad del sistema educativo. Esta es la mejor contribución que la institución educativa puede hacer a la construcción de una sociedad democrática.

Es importante señalar, a este respecto, que la democracia no se restringe al sistema político y menos aún se agota en el régimen electoral, sino que tiene que ver con un modo de vida que favorece la cooperación humana y provee de sentido a la acción individual y colectiva mediante el ejercicio activo de la ciudadanía. La democracia, de acuerdo con Maturana, es un modo de vida de “inspiración matrística” cuya expansión, sin negar al patriarcado, ha contribuido a crear espacios en los que el acuerdo, la cooperación, la reflexión y la comprensión, reemplazan a la autoridad, el control y la obediencia, como formas de convivencia humana.

Es necesario advertir, sin embargo, respecto a algunas prácticas que se hacen pasar por democráticas y que son opuestas a su fundamento matristico. La democracia, como ya se ha mencionado, no se reduce al acto electoral para alcanzar el poder político. El poder, la autoridad, la obediencia, etc., son operadores de la cultura patriarcal. La democracia, en tanto “modo de vida neomatristico”, se construye a partir de “conversaciones de coinspiración que generan cooperación, consenso y acuerdos”. La democracia igualmente es incompatible con el deseo de apropiación. No es un modo de vida excluyente sino incluyente. Las conversaciones que niegan el acceso a los medios básicos de subsistencia a un sector importante de la población, en nombre de una “sociedad abierta” de libre mercado, carecen de credenciales democráticas, así se sostengan “en democracia”. Lo mismo ocurre con las conversaciones que oponen los derechos colectivos a los derechos individuales como si fueran incompatibles. Quienes defienden este punto de vista olvidan que el individuo no surge en oposición a su comunidad o colectividad de la que forma parte, sino que lo hace en el seno de ésta como consecuencia del desarrollo del autorrespeto y de la dignidad que tiene lugar a través de la confianza y el respeto mutuo en un ámbito propio de la vida matristica como es la familia o la comunidad.

La lista de prácticas culturales de origen patriarcal que se hacen pasar por democráticas puede alargarse aún más. Lo importante es no dejarse influenciar por ellas y tener claro siempre que la democracia es un proyecto de convivencia que apunta a revertir la hegemonía de los valores patriarcales. La democracia no puede ser defendida, ni estabilizada, solo necesita ser vivida. Todo lo que tenemos que hacer para vivir en democracia es vivir de acuerdo con ella en el respeto mutuo y la dignidad individual que son los soportes emocionales del modo de vida neomatristico. Cualquier otra medida que no contemple esta alternativa o que solo la defienda en un plano retórico, significa un retorno al patriarcado. Es responsabilidad de la escuela convertirse ella misma en un espacio de convivencia que favorezca la cooperación y el desarrollo individual de los educandos y contribuir con ello a expandir la democracia como modo de vida.

09 / 09 / 2003


[1]Maturana, Humberto y Francisco Varela: "El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del entendimiento humano". Edit. Universitaria. Santiago de Chile, 1984,  p. 163.

[2]Extracto de “Ser y llegar a ser: educación y responsabilidad”, ensayo de Maturana publicado en: “El sentido de lo humano”. Edit. Dolmen. Santiago de Chile, 1997, pp. 265 - 267.

[3]Extractos de “Fenomenología del conocer”, ensayo publicado en: “Transformación en la convivencia”. Edit. Dolmen. Santiago de Chile, 1,999, pp. 95 - 96 / 102 / 105.

[4]Extracto de “La cooperación humana en la construcción de los aprendizajes”. Conferencia dictada por Humberto Maturana en diciembre de 1998, en el auditorio de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Evento que fue organizado por la Oficina de Planificación Estratégica y Medición de la Calidad del Ministerio de Educación.

[5]Extracto de “Biología y violencia”, ensayo de Maturana publicado en: Fernando Caddou (y otros). “Violencia en sus distintos ámbitos de expresión”. Edit. Dolmen. Santiago de Chile, 1995, pp.  69 / 80 - 81 / 81 - 82 / 82 / 83.

[6]Extractos de “Ser y llegar a ser; educación y responsabilidad”. Ob. Cit. pp. 264 - 265 / 267 - 268.

[7]Extractos de “Biología del fenómeno social”, ensayo publicado en “Transformación en la convivencia”. Edit. Dolmen. Santiago de Chile, 1999, pp. 33 - 34 / 35 / 36.

[8]Extractos de “Emociones y lenguaje en educación y política”. Colección Hachette - Comunicación. Santiago de Chile, 1992, pp. 30 - 32.