ALGUNAS PRECISIONES EN TORNO AL CONCEPTO DE ANOMIA EN SOCIOLOGÍA


Arturo Manrique Guzmán

El concepto de anomia, en su sentido clásico -acuñado por Durkheim-, alude a la disolución del vínculo moral en la sociedad. Este término, sin embargo, no siempre se usa del modo correcto en sociología. Su uso, a menudo, esta cargado de ambigüedad. Conviene por ello hacer algunas precisiones en torno a su significado. Balandier señala que la anomia se presenta en la obra de Durkheim bajo dos aspectos que se complementan, ya sea que se relacione directamente con la sociedad (en “La división del trabajo”) o con el individuo (en “El suicidio”)[1]. En “La división del trabajo …”, Durkheim concibe la anomia como una ruptura de la solidaridad. La anomia, en este caso, es expresión de una crisis de diferenciación, que es consecuencia de una “división del trabajo coercitiva” que tiene una “influencia disolvente” en la sociedad. La anomia aquí es menos una trasgresión de una regla que un vacío de esa regla. La ausencia de reglas produce desintegración social, en tanto que traduce la ruptura de la solidaridad en la sociedad[2]. En “El suicidio”, por el contrario, la anomia es concebida como el fracaso de la norma para regular los comportamientos individuales. Aquí el problema no es la ausencia de normas, sino el hecho de que éstas hayan perdido eficacia en la sociedad. En este caso, la anomia se manifiesta como trasgresión de normas por parte de individuos que se resisten a ser integrados a la sociedad. La anomia expresa la incapacidad del individuo para poner coto a sus deseos y traduce la existencia de un tipo de personalidad mórbida a la que dio lugar la sociedad moderna[3].

Tironi denomina al primer tipo de anomia descrito por Durkheim como “anomia aguda” o “total”; y al segundo tipo como “anomia simple” o “crónica[4]. Los desarrollos posteriores de la teoría de la anomia han tenido como base este último tipo[5]. Ese es el caso de Merton que, desde la perspectiva funcionalista, concibe la anomia como “comportamiento desviado”[6]. Este autor distingue entre dos dimensiones del sistema social. La primera tiene que ver con la cultura, esto es, las metas y aspiraciones culturalmente prescritas. La segunda hace referencia a la “estructura social”, es decir, a los medios institucionalizados a los que pueden recurrir los individuales en su afán por alcanzar las metas culturales. La anomia tiene lugar, de acuerdo con Merton, cuando se produce una disociación o asincronía entre las metas culturalmente prescritas y los medios institucionalizados que buscan hacer realidad esas metas, encarnadas en individuos. Partiendo de esta hipótesis, Merton distingue cinco tipos de adaptación individual, tomando como criterio las distintas combinaciones que pueden tener lugar entre metas culturales y medios institucionalizados. El Cuadro 1 resume los tipos de adaptación de Merton e incluye las distintas variantes que, en su opinión, asume el “comportamiento desviado” en la sociedad moderna.


Cuadro No 1: Tipos de adaptación individual en Merton
Tipos de adaptación
Metas Culturales
Medios Institucionalizados
1. Conformismo.
+
+
2. Innovación.
+
-
3. Ritualismo.
-
+
4. Retraimiento.
-
-
5. Rebelión.
±
±



El conformismo, de acuerdo con este cuadro, equivale a la aceptación tanto de las metas culturales como de los medios institucionalizados. Su predominio es lo que, en rigor, nos permite hablar de sociedad. La innovación, por su parte, supone la aceptación de las metas culturales más no de los medios institucionalizados. En este caso se recurre al uso de medios institucionalmente proscritos; pero efectivos para alcanzar las metas culturales. Si la meta es acumular dinero, éste se puede obtener recurriendo a distintos medios, no precisamente legales. Los jóvenes de clase media que se alquilan como “burriers” para trasladar drogas a otros países son un claro ejemplo de este tipo de comportamiento. El ritualismo, por el contrario, tiene que ver con una disminución de las metas culturales al punto de que éstas pueden ser efectivamente satisfechas sin mayor esfuerzo. El retraimiento se caracteriza por el rechazo simultáneo de las metas culturales y los medios institucionalizados. Y la rebelión, por último, enfatiza la necesidad de cambiar las estructuras, tanto culturales como sociales, en vez de acomodarse a ellas. La rebelión, en opinión de Merton, no debe confundirse con el resentimiento, que no cuestiona los valores que se tornan inalcanzables. Todo lo contrario. El comportamiento rebelde denuncia los valores socialmente aceptados, luego de una experiencia de frustración, e intenta cambiarlos en su totalidad o parcialmente. 

Como se puede apreciar, Merton concibe la anomia poniendo énfasis en la conducta de los individuos. Lo que le interesa no es la anomia como tal, sino las “conductas anómicas”, entendidas como “comportamientos desviados” o “divergentes”. Tironi ha señalado que existen marcadas diferencias entre Merton y Durkhein con respecto a la anomia: “a Merton le interesa la anomia en relación al actor, y con ese concepto se refiere a la incapacidad del individuo para alcanzar los objetivos que la sociedad le ha inculcado y que él ha hecho suyos; a Durkheim, en cambio, la anomia le interesa básicamente como problema del orden social, y con ella se refiere al «debilitamiento del orden establecido por la sociedad». Merton analiza la anomia en términos del desajuste entre objetivos culturales y normas sociales; Durkheim lo hace a partir de la «desorganización del todo»”[7]. Es verdad que Durkheim desarrolla ambos aspectos de la anomia señalados más arriba; pero sus énfasis estaba puesto en la incapacidad manifiesta de la sociedad para regular de modo eficaz los comportamientos individuales. La anomia es menos un asunto individual que un problema de integración social. Merton también se interesa por la estructura cultural y social como instancia explicativa de la conducta de los  individuos; pero su énfasis está puesto en éstos últimos, en los distintos patrones de adaptación que asumen y que, eventualmente, pueden conducirlos a comportamientos divergentes. Aquí los que no se integran son los individuos, que pueden optar por distintas conductas; aunque es la sociedad la que condiciona estos comportamientos.

Parsons es mucho más coherente en su tratamiento de la anomia. Este autor concibe la anomia como “desorganización social”, lo cual lo pone más cerca de Durkheim que de Merton; y pone énfasis además en sus “correlatos psicológicos”, esto es, un estado de inseguridad generalizada que se expresa en un alto grado de ansiedad y agresión que afecta a los individuos. “Tal vez puede caracterizarse más sencillamente la anomia -nos dice Parsons- como el estado en que un gran número de individuos carece en grado considerable de la especie de integración con las pautas institucionales estables que es esencial para su propia estabilidad personal y para el funcionamiento sin tropiezos del sistema social”[8]. La anomia, de acuerdo con este autor, tiene que ver con “dos aspectos principales”. En primer lugar, con la inexistencia de metas de acción suficientemente claras. Este es el aspecto de la anomia subrayado por Durkheim, cuando señala que no puede haber ningún sentimiento de logro cuando se avanza en la realización de una meta infinita. Las metas se traducen en expectativas institucionalizadas que regulan los comportamientos individuales. Las expectativas no pueden ser estables si los estándares respecto a los cuales se exige conformidad resultan imprecisos y vagos, al punto de no servir realmente como guía para la acción. Si la meta es acumular riqueza, y no se definen con precisión los estándares y los medios cómo lograrla, entonces es muy difícil que se logre satisfacer la ambición individual.

En segundo lugar, Parsons señala que se requiere de un sistema simbólico lo suficientemente estable en torno al cual puedan integrarse los individuos. Esto es de suma importancia, en tanto que permite la conformación de grupos sociales y la estabilización de los patrones de orientación de los individuos al interior de ellos. Cuando las metas y el sistema simbólico se tornan imprecisos y pierden estabilidad, entonces se produce la anomia. En estas circunstancias, ni los individuos pueden alcanzar sus metas (que además carecen de límites); ni el sistema puede sostener metas colectivas capaces de promover la cooperación voluntaria e integrar a las personas. Lo individuos experimentan como reacción frente a la anomia un estado de inseguridad que los torna frágiles y vulnerables cuando no ansiosos y agresivos. La personalidad no se organiza establemente en torno a un sistema coherente de valores, metas y expectativas. Las conductas de los individuos tienden a vacilar entre actitudes inhibitorias y cargadas de escrúpulos que paralizan la acción y comportamientos reactivos, decididos con un exceso de odio, devoción o entusiasmo, que tienen efectos negativos en la integración social. Parsons concibe la “desorganización social” como el abandono del “patrón tradicional de orientación” al que conduce la extensión de los “patrones de racionalización” que caracterizan a la sociedad moderna. La anomia es expresión del cambio estructural (migración, industrialización, urbanización, etc.) que produjo el tránsito de la sociedad tradicional a la sociedad moderna.

El merito de Parsons consiste en que integra los dos sentidos que se le atribuyen al concepto de anomia. Ésta hace referencia, en forma simultánea, tanto a los efectos que tiene la falta de integración en el sistema social como en la estabilidad emocional de los individuos. La anomia tiene como “correlato psicológico” un sentimiento de inseguridad que desconecta al individuo de su entorno social. Éste experimenta diversos estados emocionales, pasando del miedo al enojo con facilidad, lo cual lo torna inestable y agresivo, cuando no se muestra vulnerable ante los demás. La inestabilidad emocional, el miedo, la incertidumbre, el deterioro de las expectativas, la frustración, la agresividad, el retraimiento, etc., son algunos de los estados psicológicos provocados por la anomia. Los mismos que merecen una mayor atención en la investigación sobre la anomia.

Ralf Darendorf ha insistido, más recientemente, en este aspecto de la anomia. Este autor rescata una definición de la anomia (actualmente considerada “obsoleta”) que, a finales del siglo XVI, hiciera William Lambarde. De acuerdo con esta definición, anomia significa “introducir el desorden, la duda y la incertidumbre en todo”. Darendorf subraya que esta definición es útil a la luz de las formas cómo se manifiesta la anomia en la actualidad. “La anomia -nos dice- surge cuando se le dice a los jóvenes que tengan paciencia y que trabajen duramente para hacer carrera, mientras que el camino obvio para hacer dinero resulta ser el de la especulación”[9]. Darendorf asocia el negocio de la especulación con el “capitalismo de casino” que, en la década de los ’80, invadió Europa y los EE.UU. En este contexto, el juego, el azar, que caracteriza a los mercados financieros, desplazaron en importancia al ahorro y el trabajo duro como fuente de progreso. La anomia expresa el malestar generado por esta situación. Se produce así un incremento de las violaciones de normas, sobre todo, por parte de las nuevas generaciones; pero lo más importante no es eso, sino la incapacidad de la sociedad para hacerles frente. Esto da lugar al surgimiento de “áreas prohibidas” en las que las violaciones de normas quedan sin sanción. Darendorf llama la atención en torno al “área prohibida” de los jóvenes porque exime de sanción a los que se supone han de aprender las normas que mantienen unida a la sociedad.

La anomia, entonces, describe una situación en la que la violación de normas queda sin sanción. Si en Europa y Norteamérica la “especulación” aparece como la principal fuente de la anomia, en países como el nuestro esta es propiciada por un fenómeno tan extendido como la corrupción. Existe entre nosotros una estrecha relación entre corrupción y anomia. La corrupción produce anomia, en tanto que opera como un mecanismo de exclusión social. A lo que cabe sumar la incertidumbre que proyecta en la sociedad. Esta incertidumbre se manifiesta como inseguridad de expectativas en las nuevas generaciones. Como ya ha sido señalado, a los jóvenes se les inculca, de un lado, que deben estudiar y esforzarse mucho para tener éxito en la vida; pero, de otro lado, la experiencia cotidiana les demuestra que esta meta culturalmente valorada se puede lograr de otro modo, incorporándose a las redes de corrupción, para lo cual no requieren esforzarse mucho en sus estudios. Este conflicto de expectativas es el que produce incertidumbre en las nuevas generaciones. La anomia expresa un deterioro de las expectativas y una ruptura de la solidaridad que se manifiesta como pérdida de la identidad social. La ruptura de la solidaridad, que es consecuencia de la frustración generalizada que se experimenta en la sociedad, da lugar a prácticas de auto-exclusión que, con frecuencia, asumen un carácter violento. La anomia comprende, en su significado, al conjunto de estas prácticas.



[1]Georges Balandier. “El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales. Elogio de la fecundidad del movimiento”. Edit. Gedisa. Barcelona – España, 1993.

[2]Emilio Durkheim. “La División del trabajo social”. Schapire Editor. Bs, As. – Argentina, 1967 (e. o., en francés: 1893).

[3]Emilio Durkheim. “El Suicidio”. Schapire Editores. Buenos, Aires - Argentina, 1971 (e. o., en francés: 1897).

[4]Eugenio Tironi “La integración social como problema”. En: “Autoritarismo, modernización y marginalidad”. Ediciones Sur. Santiago de Chile, 1990.

[5]Una excepción es el enfoque de Jean Duvignaud que concibe la anomia en el marco de una sociología de las mutaciones. Este autor asocia la anomia con el cambio histórico de una sociedad a otra. La anomia tiene que ver con los periodos de ruptura o el paso de un sistema social que se degrada a otro que aún no tiene una forma definida. En este tránsito, se produce un desorden que se expresa a través de “comportamientos desviados” que no pueden ser integrados o entendidos a partir del sistema cultural de la sociedad antigua, ni tampoco pueden ser incorporados por el sistema de valores de la sociedad naciente. La anomia expresa así periodos de crisis -a menudo prolongados- en  los que la integración social se debilita para dar paso a nuevas forma de integración. El merito de Duvignaud es que concibe la anomia despojada de las connotaciones negativas con las que antes había sido identificada. La anomia se vuelve creativa y tiene lugar como herejía y subversión que da nacimiento a nuevas formas de vida. La anomia es un indicador de ruptura y de mutación que, en determinadas circunstancias, anuncia el advenimiento de una nueva sociedad en reemplazo de la antigua. Una variante de este enfoque es la que intentó desarrollar en nuestro medio Nicolás Lynch, cuando terció en el debate en torno a la anomia que sostuvieran Hugo Neira y Catalina Romero, en la segunda mitad de la década de los ’80 de la centuria pasada. Lynch distingue, forzando un poco los términos, entre “anomia de regresión” y “anomia de desarrollo”. Esta última sería generadora de una “nueva modernidad”, protagonizada por los sectores populares que han ido generando nuevos valores y nuevas formas de integración, que se contraponen a la modernización excluyente que ha caracterizado a la sociedad peruana. Cabe destacar, sin embargo, que Lynch no hace mención en su artículo a Duvignaud como la principal fuente de su argumento (Véase: Jean Duvignaud. Hérésie et subversión. Essais sur l’anomie”. Edit. La Découverte, París - Francia, 1986. Nicolás Lynch. “¿Anomia de regresión o anomia de desarrollo?”. En. Socialismo y Participación, No. 45, marzo de 1989. Hugo Neira. “Violencia y anomia. Reflexiones para intentar comprende”. En. Socialismo y Participación, No. 37, marzo de 1987. Catalina Romero. “Violencia y anomia. Comentarios sobre una reflexión”. En. Socialismo y Participación, No. 39, setiembre de 1987).  

[6]Robert Merton. “Teoría y estructura social”. Fondo de Cultura Económica. México, D. F., 1965.

[7]Ob. Cit., p. 89.

[8]Talcott Parsons. “Ensayos de teoría sociológica”. Edit. Paidós. Buenos Aires – Argentina, 1967 (e. o., en inglés: 1949 / 1954), p. 110. 

[9]Ralf Darendorf. ”El conflicto social moderno”. Edit. Biblioteca Mondadori. Barcelona - España, 1990 (e.o., en alemán: 1988), pp. 193 - 194.