MATURANA: VIVIR PARA SER FELÍZ (UN ESBOZO BIOGRÁFICO)



Arturo Manrique Guzmán


"Si sabemos que nuestro mundo es siempre el mundo que traemos a la mano con otros, cada vez que nos encontremos en contradicción u oposición con otro ser humano, con el cual quisiéramos convivir, nuestra actitud no podrá ser la de reafirmar lo que vemos desde nuestro propio punto de vista, sino la de apreciar que nuestro punto de vista es el resultado de un acoplamiento estructural en un dominio experiencial tan valido como el de nuestro oponente, aunque el suyo nos parezca menos deseable. Lo que cabrá, entonces, será la búsqueda de una perspectiva más abarcadora, de un dominio experiencial donde el otro también tenga lugar y en el cual podamos construir un mundo con él. Lo que la biología nos está mostrando, si tenemos razón en todo lo que hemos dicho en este libro, es que la unicidad de lo humano, su patrimonio exclusivo, está en esto, en darse en un acoplamiento estructural social donde el lenguaje tiene un doble rol: por un lado, el de generar las regularidades propias del acoplamiento estructural social humano, que incluye entre otros el fenómeno de las identidades personales de cada uno; y, por otro lado, el de constituir la dinámica recursiva del acoplamiento estructural social que produce la reflexividad que da lugar al acto de mirar con una perspectiva más abarcadora, al acto de salirse de lo que hasta ese momento era invisible o inamovible, permitiendo ver que como humanos sólo tenemos el mundo que creamos con otros. A este acto de ampliar nuestro dominio cognoscitivo reflexivo, que siempre implica una experiencia novedosa, podemos llegar ya sea porque razonamos hacia ello, o bien, y más directamente porque alguna circunstancia nos lleva a mirar al otro como un igual, en un acto que habitualmente llamamos de amor. Pero más aún, esto mismo nos permite darnos cuenta que el amor, o si no queremos usar una palabra tan fuerte, la aceptación del otro junto a uno en la convivencia, es el fundamento biológico del fenómeno social: sin amor, sin aceptación del otro junto a uno no hay socialización, y sin socialización no hay humanidad. Cualquier cosa que destruya o limite la aceptación del otro junto a uno, desde la competencia hasta la posesión de la verdad, pasando por la certidumbre ideológica, destruye o limita el que se dé el fenómeno social, y por tanto lo humano, porque destruye el proceso biológico que lo genera. No nos engañemos, aquí no estamos moralizando, ésta no es una prédica del amor, sólo estamos destacando el hecho que biológicamente, sin amor, sin aceptación del otro, no hay fenómeno social, y que si aún así se convive, se vive hipócritamente la indiferencia o la activa negación "[1].

Humberto Maturana Romecín nació en Chile hace 71 años, en el seno de una familia de clase media. Sus padres se separaron cuando él era aún muy pequeño, tenía un año. Desde entonces vivió sólo con su madre, una trabajadora social que influyó mucho en su formación. Él dice que era un niño común y corriente; pero eso no es tan cierto. No le gustaba asistir a la escuela. Se fugaba y se volvía a su casa. Su madre lo retornaba al colegio al día siguiente. Era un niño travieso y de pocos amigos. Es así que recién aprendió a leer a los nueve años. Desde niño le interesaron los seres vivos: las plantas, los animales, los bichos. Siempre quiso estudiar biología. Cuenta que "a los once años ya tenía algunas preocupaciones fundamentales". Le preocupaba la pobreza y el hecho de que uno tenga que vivir la existencia sin dignidad. Le preocupaba también la libertad y el que uno tenga que pasarse la vida obedeciendo: "no me gusta obedecer", suele decir. Le interesaba el lenguaje y el hecho de que pudiera usarlo para maldecir o bendecir, para nombrar o hacerse nombrar, como le diera la gana. Le gustaba cambiar de nombre. Lo ha hecho varias veces en la vida. Un día decidió que se iba a llamar Sasha y adoptó el apellido materno; pues es con su madre con quien vivió la mayor parte de su infancia y adolescencia. Como él dice: "si no me decían Sasha no contestaba ni a los profesores". Algunos compañeros de escuela lo recuerdan todavía con ese nombre.  

En 1948 ingresó a la Escuela de Medicina de Santiago. Ese mismo año se casó por primera vez con Maruja, una compañera de clase. Estudió tres meses medicina y luego tuvo que ser hospitalizado por estar enfermo de tuberculosis. Estuvo dos años en cama. A inicios de los cincuenta viajó a Londres a estudiar anatomía. Luego se fue a Harvard, EE.UU., donde estudió Biología, su verdadera vocación. Entre 1954 y 1960 estuvo en el Massachusetts Institute of  Technology (MIT). En 1959, junto con Jerry Lettvin, en el MIT, hizo su primer gran aporte a la biología, con una investigación acerca de la visión de la rana. En este trabajo aparece formulada por primera vez la hipótesis de que los seres vivos tienen clausura organizacional (las cosas no pasan afuera de los seres vivos, sino adentro de ellos). Maturana revolucionó el pensamiento biológico de esa época al estudiar la visión de la rana desde dentro del organismo en un momento en que los científicos la estudiaban desde afuera.

En 1960, Maturana regresa a su patria, a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. En 1969 asiste a un Congreso de Antropología del Conocimiento en la ciudad de Chicago, EE.UU., al cual había sido invitado meses antes (noviembre de 1968) por Heinz von Foerster, el creador de la cibernética de segundo orden[2]. Es precisamente en este congreso donde por primera vez expone su teoría biológica del conocimiento. Como dice Rolf Behncke en el Prefacio a "El árbol del conocimiento", para entonces Maturana ya "había comprendido que los fenómenos asociados a la percepción se entendían sólo si se entendía el operar del sistema nervioso como una red circular cerrada de correlaciones internas, y simultáneamente entendía que la organización del ser vivo se explicaba a sí misma al verla como un operar circular cerrado de producción de componentes que producían la misma red de relaciones de componentes que los generaba (teoría que posteriormente denominó autopiesis)".  Las ideas que Maturana presentó en el congreso de Chicago se publicaron posteriormente, en 1970, bajo el título de "Neurophysiology of cognition"[3].

En 1970 se publica "Biology of Cognition"[4], obra fundamental en la que amplía las ideas expuestas un año antes en el congreso de Chicago.  En 1972 Maturana publica su primer trabajo en colaboración con Francisco Varela, su discípulo, amigo y compañero de aventura intelectual[5], bajo el título de "Autopoiesis"[6]. Para entonces podría decirse que su pensamiento ya había adquirido madurez, aunque tendrían que pasar todavía algunos años más para que éste pudiera ser conocido más allá de la comunidad científica de los biólogos. En este trabajo aparece formulada por primera vez, de manera coherente, su teoría de los sistemas autopoieticos[7]. Junto con Heinz von Foerster y con Francisco Varela, Maturana es el gran innovador de la teoría de sistemas. El paradigma de los sistemas autopoieticos ha terminado por desplazar al paradigma clásico sistema/entorno formulado en décadas anteriores por von Bertalanffy. Este autor ponía atención a la distinción entre sistema y entorno. Maturana y Varela, por el contrario, señalan que los sistemas surgen de la diferenciación sistema/entorno y que esta diferenciación se reproduce al interior del sistema como diferenciación interna, que es la duplicación de la diferenciación sistema/entorno. Los sistemas son autopoieticos (autorreferenciales) y la distinción entre sistema y entorno es constitutiva de todo lo que funcione como elemento del sistema. En la perspectiva de Maturana, el sistema incorpora a su entorno en su funcionamiento; pero éste no influye en su organización interna.

La noción de autopoiesis viene de dos raíces griegas: autos, que significa sí mismos; y poiesis, que quiere decir producir, fabricar. Un ser vivo es un sistema autopoietico organizado como una red cerrada de producciones moleculares, en el que las moléculas generadas reproducen igualmente la red que las produjo y especifican su extensión. La autopoiesis es la manera de existir de un ser vivo y su manera de ser una entidad autónoma. Los sistemas vivientes son entidades autónomas. Todos los sistemas vivientes existen en tanto que conservan su organización interna y todos los cambios que se producen en su interior son consecuencia de su adaptación al medio en el que existen. Los sistemas vivientes aprenden de su entorno. El conocimiento no es de naturaleza sensorial, sino que es producto de la adaptación del organismo a su entorno. El conocimiento no es un privilegio de los seres  humanos,  sino  que  pertenece  a  cualquier forma de vida: es la manera a través de la cual los sistemas vivientes organizan su relación con el entorno y se adaptan a él. Los sistemas vivientes son sistemas determinados estructuralmente: su funcionamiento depende de su organización interna antes que de la influencia de su entorno. Consecuentemente, todo lo que ocurre en ellos viene determinado como parte de su dinámica estructural. Los sistemas vivientes mantienen su autonomía con respecto a su entorno y sólo se dejan influenciar por aquellos agentes externos que admite su estructura interna.

En 1984 Maturana publica "El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del entendimiento humano"[8], también en colaboración con Varela. Este trabajo condensa el resultado de sus investigaciones acerca del conocimiento humano y es su obra fundamental. Maturana revolucionó el mundo de las ciencias con su teoría biológica del conocimiento que, entre otras cosas, afirma que no se puede hacer referencia a una realidad "objetiva", independiente del hombre. El conocimiento humano, al igual que el de cualquier otro ser vivo, viene determinado internamente por nuestra dinámica estructural. Lo que nos diferencia de los otros sistemas vivientes es que nuestra existencia tiene lugar en el lenguaje. El lenguaje es una adquisición evolutiva de los seres humanos. El lenguaje es el espacio de "coordinaciones de coordinaciones conductuales consensuales" en el que existimos. Todo lo que somos tiene lugar en el lenguaje: la idea de bien y mal, lo justo y lo injusto, la verdad y la falsedad, etc. Biológicamente hablando, no podemos distinguir entre nuestras ilusiones y nuestras percepciones. Esta distinción es a posteriori y tiene lugar en el lenguaje: es producto de un acuerdo. En otras palabras: el "yo", en tanto que sujeto estructuralmente determinado por su funcionamiento orgánico, no puede diferenciar entre ilusiones y percepciones, salvo si las comparte mediante el lenguaje, en una red de conversaciones. En consecuencia, nuestras ilusiones y percepciones son ciertas en la medida en que son aceptadas como tales por los miembros de una sociedad en el marco de una dinámica consensual.

Lo que convenimos en llamar verdad, no es sino producto de un consenso. Así, por ejemplo, la idea edípica -tan cara al psicoanálisis- de que un niño desea sexualmente a su madre ha sido una percepción o una ilusión de un adulto que ha ganado consenso. Como dice Maturana, "alguien dijo eso" (¿Freud?). Este discurso prácticamente se ha convertido en una verdad cultural entre nosotros, en la medida en que la mayoría de personas ha aceptado consensuadamente esa afirmación. Es evidente que nadie puede afirmar o negar en forma objetiva y científica que ese fenómeno existe. Sin embargo, ello no impide que muchos adultos vivan convencidos de que este fenómeno existe objetivamente.

A partir de estos supuestos, Maturana ha propuesto su "ontología del observar", según este planteamiento, el observador es parte constitutiva de lo que se observa. Observar nuestra observación, observarnos que observamos, de eso se trata. La observación de segundo orden, la observación de la observación, es parte integrante de lo observado. Es imposible conocer el mundo fuera de nuestra percepción. Nuestra percepción acompaña nuestro conocimiento, nuestra observación del mundo. No podemos encontrar un punto de vista que esté fuera de nuestra percepción.  Esto es fundamental: significa el paso del Universo al Multiverso. Es decir, el paso de una realidad concebida como unívoca, objetiva, que es igual para todos, a una realidad en que cada observador construye su propio mundo a partir de su experiencia, en el que cada mundo construido por el observador es igualmente válido y único respecto de otros mundos.

En 1993, Maturana publica en colaboración con la Dra. Verden-Zoller "Amor y juego, fundamentos olvidados de lo humano"[9]. En este libro expone su teoría biológica del amor. Maturana es uno de los pocos científicos que sin renunciar a sus parámetros ha formulado  una  explicación  científica del amor[10]. En su perspectiva, el amor no es un sentimiento sino un fenómeno biológico relacional. Con frecuencia olvidamos que somos, antes que nada, animales. Nuestra cultura ha disminuido, ocultado y desvalorizado en los últimos tres mil años nuestra animalidad. Olvidamos nuestra animalidad y olvidamos que olvidamos. Maturana señala que en buena parte nuestro sufrimiento cotidiano tiene que ver con este olvido. No tenemos en cuenta que somos animales y, más específicamente, que somos mamíferos. Como mamíferos somos animales sensuales, esto es, un tipo de animal que tiene necesidad de contacto corporal con otros de su misma especie. Pero somos primates, un tipo especial de mamífero. Somos bípedos: primates andadores, movedizos, caminantes. Nuestra morfología de primates bípedos determina que en nuestra sexualidad nos encontremos frente a frente, cara a cara. El estar cara a cara en el acto sexual significa que tengamos que enfrentarnos, mirarnos de frente. Las expresiones del rostro son sumamente importantes en la vida sexual normal. Es decir que para hacer algo tan fundamental como procrearnos tenemos que coordinar nuestras acciones mirándonos a la cara.

Para Maturana el hombre surge en la historia evolutiva cuando surge el lenguaje; pero el lenguaje no surge en nosotros por necesidad, sino que es consecuencia de nuestra forma particular de existencia. Si hacemos abstracción del lenguaje, somos idénticos a nuestros antepasados de hace tres millones y medio de años. Como nuestros antepasados, además de caminar erguidos, también somos recolectores. Eso lo podemos comprobar en el placer que experimentamos cuando vamos de compras al supermercado (eso, sí llevamos dinero con nosotros, claro está). Además, como nuestros antepasados también, existe una disposición espontánea en nosotros para compartir nuestros alimentos. Un buen ejemplo son los niños: los niños se pasan el alimento con la mayor naturalidad sacándoselo de  la  boca. Otro  aspecto importante es el hecho de que los machos participan entre nosotros del cuidado de los niños. Es decir, nuestra paternidad biológica es, de hecho, maternidad masculina. Es más, Maturana señala que una madre es “una mujer u hombre que cumple en la convivencia con un niño o niña la relación íntima de cuidado que satisface sus necesidades de aceptación, confianza, y contacto corporal”.

Todos estos rasgos de nuestros  ancestros  los encontramos todavía en el hombre de hoy. El ser humano recorre en su desarrollo personal las diversas fases de su historia evolutiva. Los niños cuando aprenden a hablar lo hacen haciendo cosas en coordinación con la persona adulta encargada de su cuidado. El lenguaje surge en el niño como resultado  de  esta  coordinación  del  hacer.  El  lenguaje  no  es  otra cosa que "la coordinación de la coordinación consensual del hacer". Pero para que ello ocurra es necesario que haya suficiente intimidad y encuentros recurrentes entre el niño y sus cuidadores. Ahora bien, la coordinación del hacer trae aparejada la coordinación del emocionar. Las emociones corresponden al dominio de las acciones. Es en las acciones que distinguimos las emociones. La emoción define el acto como una acción. Es la emoción la que hace que cierto movimiento corporal sea tomado como una caricia o como una agresión. La emoción básica en nosotros es la emoción del amor. El amor como emoción tiene que ver con el dominio de acciones que constituyen al otro como un legítimo otro en coexistencia con uno. Con frecuencia confundimos la emoción del amor con el sentimiento. El sentimiento no es otra cosa que la distinción reflexiva que hacemos al observar nuestro emocionar o el emocionar de otro. Para Maturana el amor es un fenómeno biológico relacional, inherente a nuestra naturaleza animal, que en nuestra condición de mamíferos se manifiesta como un aspecto central de la convivencia íntima de la relación materno-infantil, en total aceptación corporal.

El odio también es una emoción; pero, a diferencia del amor, se corresponde con el dominio de acciones que niegan al otro en coexistencia con uno. El odio tiene poco que ver con nuestra biología: surge con la cultura. La cultura para Maturana es una red de conversaciones que viene definida por una configuración de coordinaciones de acciones y de emociones. El conversar se da de hecho en nuestra vida cotidiana a partir del entrelazamiento entre el "lenguajear" y el emocionar. La cultura se preserva de generación en generación al ser aprendida en la infancia por el solo hecho de vivir en la comunidad en la que crecemos. Es decir, por el hecho de estar recurrentemente entrelazando nuestro "lenguajear" con nuestro emocionar en coexistencia con otros. Para Maturana, el odio surge con la cultura patriarcal en los pueblos indo - europeos, cuando estos se hacen pastores, antes de que invadieran Europa, hace aproximadamente siete mil años. El pastoreo comienza cuando el hombre restringe el acceso alimenticio normal de otros comensales con respecto a los animales que forman parte de su dieta alimenticia. Al hacer esto, el  hombre traza una frontera de exclusión en lo que define como el área de su propiedad. Lo que antes era posesión ahora es propiedad. La cacería que hacen otros animales como el lobo, por ejemplo, para alimentarse, pasa a ser así un problema para los humanos. Surge la enemistad y el odio. La emoción del odio es plenamente compatible con el emocionar de la apropiación. Estas emociones una vez que surgen no tardan en proyectarse hacia los propios humanos. El antiguo dicho latino que enseña que "el hombre es el lobo del hombre" es bastante ilustrativo a este respecto. Nos recuerda el origen del odio entre los hombres. Lo demás es historia conocida. Es la historia de la sociedad patriarcal: una sociedad en la que prevalece la apropiación, la jerarquía y la subordinación de las mujeres y los niños a los mandatos del hombre adulto.

Maturana nos dice que esto no tiene por que ser así. La sociedad humana antes de ser patriarcal se asentaba sobre bases matrísticas. Lo matrístico no es lo opuesto a lo patriarcal, sino que nos remite a un modo de vida anterior al patriarcal en el que el hombre vivía en plena armonía con la naturaleza. En la actualidad, existe suficiente evidencia histórica para respaldar esta tesis.  El patriarcado es un modo de vida fundado en la apropiación, las jerarquías y el control; el modo de vida matrístico, por el contrario, tiene que ver  con la convivencia armónica, la cooperación y el respeto al otro. Maturana ha observado que este modo de vida no ha desaparecido y que subsiste aun en nuestra infancia. Como él dice, los seres humanos experimentamos en nuestra cultura una contradicción fundamental: aprendemos a amar en la infancia y debemos vivir en la agresión cuando nos hacemos adultos. De lo que se trata es de expandir los valores de la infancia a la vida adulta y de atrevernos a ser responsables de nuestro vivir y no pedirle al otro que dé sentido a nuestro existir. Subsiste aquí una propuesta utópica. Maturana apuesta por una utopía ecológica. Las utopías nos recuerdan el trasfondo matrístico que subsite en la cultura patriarcal. Como tal, es plenamente posible. La utopía no es lo mismo que la esperanza. Aquí hay una diferencia sustancial con lo planteado por Ernest Bloch desde las canteras del marxismo. Lo humano no es consustancial a la esperanza como a veces solemos creer. La esperanza niega lo humano en tanto que su cumplimiento no depende de nosotros. La utopía, por el contrario, tiene que ver con la experiencia humana. La utopía es reveladora de la historia personal o de la historia cultural. Si anhelamos vivir en un mundo de iguales, en el que todos seamos cooperantes y vivamos en armonía, es porque así lo hemos experimentado en algún momento de nuestra vida, sobre todo en nuestra infancia. En esto consiste la utopía ecológica de Maturana: en expandir el modo de vida matrístico, liberándonos de la enajenación cultural de la guerra y el abuso, de la jerarquía y la obediencia, del control y la discriminación, todos rasgos propios de la cultura patriarcal.

Las ideas del profesor Maturana han influido en diversos ámbitos del quehacer científico e intelectual, tales como la epistemología, la psicoterapia y la pedagogía, por sólo nombrar a las más importantes. En sociología, el pensamiento de Maturana ha influido en la obra de Niklas Luhmann. Este autor incorporó en 1984, con la publicación de "El Sistema Social" (Soziale Systeme)[11], la noción de autopoiesis. Hasta ese momento Luhmann se había referido al sistema social como autorreferente. En adelante, pasó a definirlo como autopoietico y autorreferente. Según Luhmann, vivimos en una sociedad hiperdiferenciada y compleja. El sistema social cumple con la función de reducir complejidad. Los sistemas funcionales no están compuestos por hombres, sino por comunicaciones. Los seres humanos somos el entorno: operamos en el sistema social, pero no influimos en su organización interna. El sistema social procesa sentido y sus limites, al igual que sus componentes, son comunicacionales. De otro lado, conviene anotar que la teoría del conocimiento de Maturana encaja perfectamente dentro de los planteamientos de la llamada Nueva Sociología del Conocimiento (NSC) [12].

Maturana ha publicado, además de los libros ya citados, numerosas obras y artículos en inglés y castellano. Entre los libros publicados en este último idioma, cabe destacar: "Ontología del conversar" (1988); "Emociones y Lenguaje en Educación y Política" (1990); "La realidad: ¿objetiva o construida?" (1995); "La objetividad. Un argumento para obligar" (1996); "Biología del emocionar", en colaboración con Susana Bloch (1996); y "El sentido de lo humano" (1997), del que hemos tomado varios de los datos biográficos que aquí hemos expuesto. Maturana tiene una peculiar idea de la felicidad, acorde con su modo de pensar. Dice que ella consiste en no tener aspiraciones ni deseos y en vivir la vida en la armonía de sus circunstancias. La mayoría de la gente cree que la felicidad está en que todas las cosas le salgan bien; pero esto no suele ocurrir. Es más, la mayor parte de las cosas que uno hace no resultan bien: andan más o menos. La infelicidad es el apego a que las cosas resulten bien. De lo que se trata es de ser desapasionado en el sufrimiento y de hacer lo que uno quiere hacer y, si no resulta, hacer otra cosa y no dejarse llevar por la angustia y la lamentación. El Dr. Maturana se define como una persona alegre y feliz por esta razón. En 1994 recibió el Premio Nacional de Ciencias de su país. En la actualidad es profesor de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile y dirige el Instituto de Terapia Familiar de Santiago. Está casado con Beatriz, su segunda esposa, y viaja permanentemente a Europa y EE.UU. para dictar cursos y conferencias.

Junio, 1,999




[1]Maturana, Humberto y Francisco Varela: "El árbol del conocimiento. Las bases biológicas del entendimiento humano". Edit. Universitaria. Santiago de Chile, 1984,  p. 163.

[2]Heinz von Foerster: "Cibernetics of Cibernetics". Biological Computer Laboratory. University of Illinois, 1974. La cibernética de segundo orden se ocupa del estudio de los sistemas observadores, a diferencia de la cibernética de primer orden o cibernética clásica, que tiene por objeto a los sistemas observados. Los sistemas observadores son aquellos en los que la propia actividad descriptiva del observador es parte constitutiva de lo observado. La cibernética clásica no tomaba en cuenta a los sistemas observadores, pues partía del supuesto de que la actividad cognoscitiva del observador era totalmente "independiente" de lo observado. El mérito de Heinz von Foerster consiste en haber revolucionado esta forma de pensar para poner sobre el tapete el estudio de los sistemas observadores.

[3]Maturana, Humberto: de "Neurophysiology of cognition". En: Garwin, P. "Cognition: A Multiple View". New York, Spartan Books, 1970, p. 3 - 23.

[4]Maturana, Humberto: "Biology of Cognition". Biological Computer Laboratory. University of Illinois, 1970.

[5]Juan Musso, en una comunicación personal, me hizo notar que el aporte de Varela a la Biología del conocimiento es tan importante como el del propio Maturana, lo cual es absolutamente cierto. No es nuestra intención minimizar su aporte. En la actualidad Varela es uno de los principales animadores del debate científico en torno al llamado "constructivismo radical". Véase a este respecto el libro: "La realidad inventada. ¿Cómo sabemos lo que creemos saber?". Paul Watzlawick (compilador). Edit. Gedisa, 1998 (e. o., en alemán: 1981). En esta obra se publicó un ensayo de Varela bajo el título: "El círculo creativo. Esbozo historiconatural de la reflexividad", que es de referencia obligada para los que quieran incursionar en esta nueva corriente de pensamiento.

[6]Maturana, Humberto y Francisco Varela: "Autopoiesis". Universidad de Chile. Facultad de Ciencias. Santiago de Chile,1972. Este trabajo se tradujo posteriormente al ingles y fue reeditado en 1980 en un solo volumen conjuntamente con "Biology of Cognition", bajo el título de: "Autopoiesis and Cognition: the organization of the living". Reidel. Boston - EE.UU., 1980.

[7]Simultáneamente, en 1973, ambos autores se ocuparon de distinguir entre maquinas y seres vivos desde un punto de vista sistémico. Véase: Maturana, Humberto y Francisco Varela: "De maquinas y seres vivos". Edit. Universitaria. Santiago de Chile, 1973. Hacia 1978, encontramos a Maturana planamente abocado a la investigación del conocimiento en los seres vivos. Ese año publica dos textos: uno sobre "la cognición" ("Cognition") y otro acerca  de  "la  biología  del  lenguaje" ("The Biology of Language: Epistemology of Reality. Psychology and Biology of language and thought".) . Todos estos trabajos, además de los mencionados anteriormente, servirán de insumo posteriormente para la redacción de "El árbol del conocimiento", su obra fundamental.

[8]Maturana y Varela, Ob. Cit.

[9]Maturana, Humberto y G. Verden-Zoller "Amor y juego, fundamentos olvidados de lo humano". Instituto de Terapia Cognitiva. Santiago de Chile, 1993.

[10]Otro que lo intentó con anterioridad a Maturana es Niklas Luhmann, desde el campo de la Sociología. Véase: Luhmann, Niklas. “El amor como pasión”. Ediciones Península. Barcelona - España, 1985.

[11]De este libro solo existe la traducción del primer capítulo al castellano. Véase: Luhmann, Niklas. "Sociedad y sistema: la ambición de la teoría". Edit. Paidos - I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona. Barcelona - España, 1990.

[12]Véase a este respecto los libros de Steve Woolgar “Ciencia: Abriendo la caja negra” (edit. Anthropos, Barcelona - España, 1991) y de David Bloor “Conocimiento e imaginario social” (edil. Gedisa, Barcelona – España, 1998), éste último recientemente traducido al castellano luego de casi dos décadas de que se publicara en ingles. Inexplicable demora si tenemos en cuenta que se trata del texto fundacional de la Nueva Sociología del Conocimiento (NSC). El artículo de Emmanuel Lizcano “La ciencia, ese mito moderno” (En: Claves de Razón Práctica, No. 32, mayo de 1993. Madrid - España), es una muy informada introducción a estos textos.